domingo, 14 de abril de 2013

Una broma cruel



Ambos estábamos en el bar Luces Azules, medio borrachos, medio eufóricos, con ganas de salir del lugar y destrozarlo todo, o quizás, de olvidarnos de todo. Yo necesitaba siempre una excusa para salir al baile, y mi amigo Lobo siempre la tenía. Salimos del bar con una botella de cerveza escondida bajo la ropa. Avanzamos unas cuadras, por calle Ongolmo, hacia la Remodelación Paicaví. Un peregrinaje habitual, claro, pero al llegar a la esquina de la Avenida Los Carrera reparamos en un auto estacionado en mitad de la calle, desde el cual escuchamos una serie de golpes y lo que pareció ser un alarido. Nos acercamos, y fue entonces cuando descubrimos que había alguien adentro del maletero.

- ¡Ayúdenme, por favor! –gritó una voz desde el interior.

Rápidamente, buscamos un objeto con el cual hacer palanca para abrir la compuerta. A cada tanto, el sujeto desde el interior lanzaba un grito verdaderamente desgarrador. Era posible que estuviese herido, además de desesperado. Al principio, supusimos que se trataba de un conductor que había sido asaltado, y amordazado al interior del maletero. Luego, pensamos en la posibilidad de una broma cruel entre borrachos, salida de control. Comprobamos esto último cuando quisimos entablar un diálogo con el cautivo, y solo respondió con insultos hacia sus amigos. En un momento, temeroso de que nos fuéramos sin terminar la misión, incluso nos ofreció dinero: 

- ¡En cuanto salga vamos a un cajero, los recompensaré con toda la bebida que quieran!

Confieso que estuvimos a un paso de rescatarlo. Ni siquiera nos importó que un grupo de hinchas pertenecientes a un equipo de fútbol de Santiago, intentara atacarnos al vernos ahí, en medio de la calle desolada, tratando de forzar el maletero de un auto. Intentamos entablar algún diálogo con el sujeto, pero sus únicas respuestas consistían en darle puntapiés a la cajuela. Nosotros, en tanto, por más palanca que hacíamos, no conseguíamos reventar la chapa. Era una situación imposible. Lobo sacó la botella de cerveza, y yo no vi nada malo en echar un pequeño descanso. Después de todo, la tarea estaba resultando agotadora. 

Entonces divisamos la baliza. Por supuesto, era una canallada tremenda el dejar a aquel pobre diablo dentro de su prisión, pero terminar en la jaula de la primera comisaría una vez más, era sin duda un escenario peor… para nosotros. En fin, salvamos nuestro pellejo corriendo hacia el interior de la Remo, y para cuando volvimos a asomarnos a la Avenida, ya no había ni auto, ni prisionero, ni historia.



OSS


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