Ambos
estábamos en el bar Luces Azules,
medio borrachos, medio eufóricos, con ganas de salir del lugar y destrozarlo
todo, o quizás, de olvidarnos de todo. Yo necesitaba siempre una excusa para
salir al baile, y mi amigo Lobo siempre la tenía. Salimos del bar con una
botella de cerveza escondida bajo la ropa. Avanzamos unas cuadras, por calle
Ongolmo, hacia la Remodelación Paicaví. Un peregrinaje habitual, claro, pero al
llegar a la esquina de la Avenida Los Carrera reparamos en un auto estacionado
en mitad de la calle, desde el cual escuchamos una serie de golpes y lo que
pareció ser un alarido. Nos acercamos, y fue entonces cuando descubrimos que
había alguien adentro del maletero.
- ¡Ayúdenme, por favor! –gritó
una voz desde el interior.
Rápidamente,
buscamos un objeto con el cual hacer palanca para abrir la compuerta. A cada
tanto, el sujeto desde el interior lanzaba un grito verdaderamente desgarrador.
Era posible que estuviese herido, además de desesperado. Al principio,
supusimos que se trataba de un conductor que había sido asaltado, y amordazado
al interior del maletero. Luego, pensamos en la posibilidad de una broma cruel entre
borrachos, salida de control. Comprobamos esto último cuando quisimos entablar
un diálogo con el cautivo, y solo respondió con insultos hacia sus amigos. En
un momento, temeroso de que nos fuéramos sin terminar la misión, incluso nos
ofreció dinero:
- ¡En cuanto salga vamos a un
cajero, los recompensaré con toda la bebida que quieran!
Confieso que
estuvimos a un paso de rescatarlo. Ni siquiera nos importó que un grupo de hinchas
pertenecientes a un equipo de fútbol de Santiago, intentara atacarnos al vernos
ahí, en medio de la calle desolada, tratando de forzar el maletero de un auto.
Intentamos entablar algún diálogo con el sujeto, pero sus únicas respuestas
consistían en darle puntapiés a la cajuela. Nosotros, en tanto, por más palanca
que hacíamos, no conseguíamos reventar la chapa. Era una situación imposible.
Lobo sacó la botella de cerveza, y yo no vi nada malo en echar un pequeño
descanso. Después de todo, la tarea estaba resultando agotadora.
Entonces
divisamos la baliza. Por supuesto, era una canallada tremenda el dejar a aquel
pobre diablo dentro de su prisión, pero terminar en la jaula de la primera
comisaría una vez más, era sin duda un escenario peor… para nosotros. En fin,
salvamos nuestro pellejo corriendo hacia el interior de la Remo, y para cuando volvimos
a asomarnos a la Avenida, ya no había ni auto, ni prisionero, ni historia.
OSS
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