Al encender el cigarrillo recordó que la noche
anterior había soñado con el mar, un castillo y un jardín; mas la autopista en
ese instante era tan real que no titubeo más y alejó de su memoria tales
pensamientos encendiendo la radio del vehículo. Buscó por un rato alguna
emisora de su total agrado, pero fue inútil, sólo dio vueltas por el dial en
una de esas acciones autómatas y sin sentido propias de la soledad de las
carreteras. Al fin se armó de valor y la apagó.
Recordó
que el jardín, el castillo y el mar murmuraban una palabra en sus oídos, una
palabra que hacía hervir su sangre en la inconciencia, y que ahora en su estado
de vigilia no lograba retener. Giró bruscamente a la derecha y continuó por un
camino empedrado y silencioso. Volvió a encender la radio del vehículo, y para
su sorpresa, logró dar con un piano en “LA” menor y una morena voz cantante de
jazz en esa misma canción que tarareaba minutos antes de correr a su automóvil
y arrancar furioso por la avenida principal.
Sintió
el deseo de aumentar la velocidad, y al hacerlo, bajó los vidrios para sentir
el viento abofetear su rostro. Al momento un escalofrío, un farol de luz
violeta, un recuerdo, un ceda el paso, un solo de piano en la emisora, sus
latidos, la presión de la sangre en las venas, su vida, su dolor, su aliento,
el humo del cigarrillo y dos gotas de un licor espeso habían manchado su
camisa. Frenó desesperado y se quedó en silencio, sintió que el jazz lo
despreciaba y que el piano se burlaba de él riendo en “DO” mayor. Apagó la
radio.
Recordó
el jardín, el castillo y el mar, recordó el motivo por el cual huía, recordó
las voces murmurantes de su sueño, pero no recordó lo que decían, ¡no recordó…!
La impotencia lo asfixiaba y sentía que su conciencia lo había apuñalado por la
espalda. Era un hombre que huía, y casi siempre los hombres que huyen no
quieren pensar en nada, sólo desean avanzar veloces por esa autopista borrando
de su mente lo que han dejado atrás. Pero él quería recordar, lo necesitaba, y
el subconsciente se negaba, sólo una vez más las voces del jardín, el castillo
y el mar y sus inquietantes palabras.
El
sudor de su frente se mezcló con sus lágrimas de rabia, la rebelión de su
cuerpo con su respiración agitada, la oscuridad con el silencio, el jazz con su
dolor, el piano y la autopista y él… él estaba solo, sin recuerdos, huyendo y
desesperado. Abrió la puerta del automóvil y al salir tropezó cayendo al sueño,
apretó el polvo entre sus manos y en un acto descontrolado inhaló todo el aire
que sus pulmones podían contener. El plexo se abrió como la ira de Dios, el
polvo de sus manos cayo sin gracia sobre el piso y al fin lanzo un grito con
todas sus fuerzas…
De su gemido sólo se escucho una palabra, Piedad, y
nunca más le importó lo que dijeran los castillos, los jardines o el mar.
GM
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