domingo, 14 de abril de 2013

De cuando creamos la Internacional de Cimarreros Unidos


No recuerdo exactamente cuándo lo descubrimos, pero que estábamos en 1ro medio. Antes de eso nosotros conocíamos varios lugares que nos daban cierto espacio de libertad y placer. Sabíamos de aquella esquina detrás de la cancha, la cual pasaba terrible piola. Ahí algunos podían fumarse un cigarrito o conversar tranquilamente de lo que fuera sin que llegasen los profes o algún inspector con vocación de sapo. También cachábamos el subterráneo del colegio, allí se podía hacer cualquier cosa que se nos ocurriera. Algunos iban a puro toquetearse, todavía me acuerdo cuando pillamos al Diego con la Andrea ahí mismito, uno sobre el otro y los pezones de la niña llenos de saliva. Se pusieron súper rojos los cabros, nosotros nos cagamos de la risa no más y nos fuimos ¿para qué los íbamos a seguir molestando? ¿Acaso ya no teníamos suficiente con la moralidad cartucha de la inspectora general?

En todo caso, esos espacios no eran nada comparado con el portal. Creo, aunque no estoy seguro, que fueron los cabros de 3ro medio los que nos dieron el dato, aunque, no lo podría afirmar con certeza, creo que el portal me distorsionó un poco las neuronas, y con ello mi percepción del tiempo. En todo caso, lo importante es que desde ese momento las cosas cambiaron para todas y todos nosotros. Sólo un tiempo después de saber de su existencia nos atrevimos a cruzarlo. Fue un viernes, eso lo recuerdo bien, era un día maravilloso, había un sol de la puta madre, nos fugamos como 7. Estuvimos toda la mañana vagando, la felicidad y las gotas de sudor nos cubrían el rostro, daba lo mismo adonde íbamos, en cualquier lugar nos sentíamos más libres que en las (j)aulas.

El grupo se fue consolidando y cada vez que se podía pasábamos por el portal. Creo que nos hicimos un poco adictos al asunto, y es que en esa época estábamos todos sobreexcitados, pensando en cualquier cosa menos en lo que padres y profes nos decían teníamos que pensar. Varios de nosotros, púberes revoltosos, estábamos pololeando por primera vez, no necesariamente por amor, sino para poder toquetearnos ilimitadamente y conocer otros cuerpos. Nadie quería permanecer encerrado, quieto, inmovilizado. Otros se habían enamorado profundamente, solo como lo hacen los niños. Nadie quería ser estructurado, moldeado, clasificado. Estábamos todos loquitos, conociendo nuestros cuerpos, nuestras mentes y un poquito más. Con todo este panorama el magnetismo del portal era impresionante.

Algunos días íbamos para el cerro, otros para la laguna, otros para ningún lugar. La idea era caminar, daba lo mismo el destino. En esos viajes nos conocimos mejor, hicimos amigos, saludamos a gente extraña, nos maravillamos con lugares que no conocíamos. Siempre había algo entretenido que hacer después de pasar por el portal. Siempre que lo atravesábamos se apoderaba de nosotros una extraña y dulce adrenalina.

Varios de nosotros también participábamos en el movimiento, creo que una de las pocas sensaciones de libertad que podía superar el flujo del portal era tomarnos el colegio. Eso sí, nos daban desconfianza los que se las daban por revolucionarios, pero no se atrevían a pasar por el portal. Nos parecían sospechosos, demasiados respetuosos de las normas y los horarios. Nosotros no estábamos ni ahí con eso, creíamos que la mejor forma de evitar la educación de mercado, y todas esas cosas de las que tanto se hablaba, era evitándola, obvio po´. Creo que cualquiera de nosotros aprendió más en los viajes por el portal que calentando el asiento, era otra educación, era otra weá.

Lo cierto es que algunos abusaron del portal. Lo utilizaban demasiado y para puras webadas. Algunos simplemente querían salir para hacerse cagar tomando o fumar pito hasta atragantarse. Claro, a veces eso también era entretenido, pero se fueron al chancho y los terminaron pillando. La gracia del portal era que no te pillaran. Era nuestro pequeño secreto. Al final nos jodieron a todos. Los más impulsivos pusieron en peligro el portal. Varios años los inspectores intentaron cerrarlo, pero nosotros siempre rompíamos las barreras y nos las ingeniábamos para hacerla igual, el olor de la libertad era demasiado dulce y no nos resistíamos.

Todos tuvimos problemas, llamaron a nuestros apoderados y nos amenazaron. Pero nosotros siempre volvíamos. De a poco fuimos dispersando la noticia del portal al resto de los estudiantes del colegio. La evasión de las clases fue aumentando. ¡Nuestra estrategia había funcionado! Eran tantos los que se escapaban que no pudieron amonestarnos, tendrían que haber echado a un montón de cabros y no podían hacerlo, perderían el precioso dinero que les llegaba como subvención desde el Estado ¡ja! De pronto el portal era sumamente popular y muchos compañeros degustaron por primera vez el delicioso sabor de la desobediencia. Algunos no podían creer lo fácil que era romper las normas y así descubrieron el poder que guardaba su desgastada voluntad que ya estaba acumulando polvo. Nosotros no parábamos de reír, las fugas eran constantes. La inspectora denominó el asunto con una sencilla y, para nosotros, hermosa palabra: Caos. Todo era un caos para ella. Nosotros estábamos felices y satisfechos, pero la alegría no nos duró demasiado.

El asunto es que, ante la desesperación, los inspectores pusieron una placa de metal para evitar las fugas. Fue un golpe duro. Por más que tratamos no pudimos sacar la placa. Era cierto que había otros lugares para escapar, pero no tenían la facilidad y la mística del portal. Las otras vías de fuga eran más peligrosas y difíciles de alcanzar. Nos habían ganado la batalla, por esta vez.

Pese a todo, recordábamos las fugas masivas y eso nos daba fuerzas para hacer otras cosas. Decidimos crear un grupo que se preocupara de escribir todas las historias que vivimos a través del portal. Nos juntábamos tardes enteras a narrar las diferentes historias. En un viejo y destartalado cuaderno de química se fueron acumulando lentamente las historias. Creo que todos aportamos con alguna. También nos dimos cuenta de que había un montón de otras cárceles, de donde sus prisioneros podrían potencialmente liberarse. La cuestión era más seria de lo que creíamos, las cárceles no solo se dispersaban por Conce o Chile, sino que ¡estaban dispersas por todo el mundo!

Decidimos, entonces, conformar la Internacional de Cimarreros Unidos. Nuestro objetivo sería hacer circular nuestras experiencias y compartir todas las historias de fuga que existen en los diferentes rincones del planeta. Hicimos un Fanzine y un blog para empezar a socializar el asunto. Pronto conocimos a otros cimarreros, gente muy valiente, con grandes hazañas sobre sus hombros. Era genial, no teníamos idea de cuantos prófugos existían en los otros rincones del orbe, nos sorprendimos. Ahí nos dimos cuenta de todos los portales que habían sido descubiertos, pero, aún más, nos preguntamos sobre la cantidad de portales que faltaba por conocer. ¿Cuantos podrían ser? No lo sabíamos, pero, después de esta experiencia nos dedicamos frenéticamente a buscarlos. Cuando salimos del colegio seguimos nuestra misión. No te imaginas cuántos portales hemos encontrado, cuesta, es cierto, pero vale la pena. Ahora mismo estoy a punto de cruzar uno. Me voy. Espero no volver en un buen tiempo. Dicen que hay portales dentro de portales y que el viaje puede tornarse infinito. Quizás al cruzar alguno de ellos nos volvamos a encontrar. Por ahora se me acaba el tiempo. Ahora me callo, me gusta cruzarlos en silencio.



RM

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