No
recuerdo exactamente
cuándo lo descubrimos,
pero sé que estábamos
en 1ro medio. Antes
de eso nosotros conocíamos
varios lugares que nos
daban cierto espacio de
libertad y placer.
Sabíamos de aquella
esquina detrás de
la cancha, la cual
pasaba terrible piola. Ahí
algunos podían fumarse
un cigarrito o conversar
tranquilamente de lo
que fuera sin que
llegasen los profes
o algún inspector
con vocación de sapo.
También cachábamos
el subterráneo del
colegio, allí se
podía hacer cualquier cosa
que se nos ocurriera.
Algunos iban a
puro toquetearse, todavía
me acuerdo cuando pillamos
al Diego con la
Andrea ahí mismito, uno
sobre el otro y los
pezones de la
niña llenos de saliva.
Se pusieron súper rojos
los cabros, nosotros nos
cagamos de la
risa no más y
nos fuimos ¿para qué
los íbamos a seguir
molestando? ¿Acaso ya
no teníamos suficiente con
la moralidad cartucha de
la inspectora general?
En
todo caso, esos espacios
no eran nada comparado
con el portal.
Creo, aunque no estoy
seguro, que fueron
los cabros de 3ro
medio los que nos
dieron el dato, aunque,
no lo podría afirmar con certeza, creo
que el portal
me distorsionó un poco las neuronas, y con
ello mi percepción del tiempo. En todo
caso, lo importante
es que desde ese
momento las cosas
cambiaron para todas
y todos nosotros.
Sólo un tiempo después
de saber de su
existencia nos atrevimos
a cruzarlo. Fue un
viernes, eso sí
lo recuerdo bien, era un día
maravilloso, había un sol de la puta madre, nos
fugamos como 7.
Estuvimos toda la
mañana vagando, la felicidad
y las gotas de
sudor nos cubrían el
rostro, daba lo
mismo adonde íbamos, en
cualquier lugar nos
sentíamos más libres
que en las (j)aulas.
El
grupo se fue consolidando
y cada vez que
se podía pasábamos
por el portal.
Creo que nos hicimos
un poco adictos al
asunto, y es
que en esa época
estábamos todos sobreexcitados,
pensando en cualquier
cosa menos en lo
que padres y profes nos
decían teníamos que pensar.
Varios de nosotros,
púberes revoltosos,
estábamos pololeando por primera
vez, no necesariamente
por amor, sino para
poder toquetearnos ilimitadamente
y conocer otros cuerpos.
Nadie quería permanecer
encerrado, quieto, inmovilizado.
Otros se habían enamorado
profundamente, solo como
lo hacen los niños.
Nadie quería ser estructurado,
moldeado, clasificado.
Estábamos todos loquitos,
conociendo nuestros cuerpos,
nuestras mentes y
un poquito más. Con todo este
panorama el magnetismo
del portal era
impresionante.
Algunos
días íbamos para el
cerro, otros para la
laguna, otros para
ningún lugar. La idea
era caminar, daba lo
mismo el destino. En
esos viajes nos conocimos
mejor, hicimos amigos, saludamos
a gente extraña, nos
maravillamos con lugares
que no conocíamos.
Siempre había algo
entretenido que hacer
después de pasar
por el portal.
Siempre que lo
atravesábamos se apoderaba
de nosotros una extraña
y dulce adrenalina.
Varios
de nosotros también participábamos
en el movimiento, creo
que una de las
pocas sensaciones de libertad
que podía superar el
flujo del portal
era tomarnos el colegio.
Eso sí, nos daban
desconfianza los que
se las daban por
revolucionarios, pero no
se atrevían a pasar
por el portal. Nos parecían
sospechosos, demasiados
respetuosos de las
normas y los horarios.
Nosotros no estábamos
ni ahí con eso,
creíamos que la
mejor forma de evitar
la educación de mercado,
y todas esas cosas
de las que tanto
se hablaba, era evitándola,
obvio po´. Creo que
cualquiera de nosotros
aprendió más en
los viajes por el
portal que calentando
el asiento, era otra
educación, era otra
weá.
Lo
cierto es que algunos
abusaron del portal.
Lo utilizaban demasiado
y para puras webadas.
Algunos simplemente
querían salir para
hacerse cagar tomando
o fumar pito hasta
atragantarse. Claro, a
veces eso también era
entretenido, pero se
fueron al chancho y
los terminaron pillando.
La gracia del portal
era que no te
pillaran. Era nuestro
pequeño secreto. Al
final nos jodieron a
todos. Los más impulsivos pusieron en
peligro el portal.
Varios años los inspectores
intentaron cerrarlo,
pero nosotros siempre rompíamos
las barreras y nos
las ingeniábamos para
hacerla igual, el
olor de la libertad
era demasiado dulce y
no nos resistíamos.
Todos
tuvimos problemas,
llamaron a nuestros
apoderados y nos
amenazaron. Pero nosotros
siempre volvíamos.
De a poco fuimos
dispersando la noticia
del portal al
resto de los estudiantes
del colegio. La evasión
de las clases fue
aumentando. ¡Nuestra estrategia
había funcionado! Eran
tantos los que se
escapaban que no
pudieron amonestarnos,
tendrían que haber
echado a un montón
de cabros y no
podían hacerlo, perderían
el precioso dinero que
les llegaba como subvención
desde el Estado ¡ja!
De pronto el portal
era sumamente popular y
muchos compañeros degustaron
por primera vez el
delicioso sabor de
la desobediencia. Algunos
no podían creer lo
fácil que era romper
las normas y así
descubrieron el poder
que guardaba su desgastada
voluntad que ya
estaba acumulando polvo. Nosotros
no parábamos de reír,
las fugas eran constantes.
La inspectora denominó el
asunto con una sencilla
y, para nosotros,
hermosa palabra: Caos. Todo
era un caos para ella. Nosotros estábamos
felices y satisfechos,
pero la alegría no
nos duró demasiado.
El
asunto es que, ante
la desesperación, los
inspectores pusieron una
placa de metal para
evitar las fugas. Fue
un golpe duro. Por
más que tratamos no
pudimos sacar la
placa. Era cierto que
había otros lugares para
escapar, pero no
tenían la facilidad
y la mística del
portal. Las otras
vías de fuga eran
más peligrosas y difíciles
de alcanzar. Nos habían
ganado la batalla, por
esta vez.
Pese
a todo, recordábamos
las fugas masivas y
eso nos daba fuerzas
para hacer otras cosas.
Decidimos crear un
grupo que se preocupara
de escribir todas las
historias que vivimos
a través del portal.
Nos juntábamos tardes enteras
a narrar las diferentes
historias. En un
viejo y destartalado
cuaderno de química
se fueron acumulando lentamente
las historias. Creo que
todos aportamos con alguna.
También nos dimos
cuenta de que había un
montón de otras cárceles,
de donde sus prisioneros
podrían potencialmente
liberarse. La cuestión
era más seria de
lo que creíamos,
las cárceles no solo
se dispersaban por
Conce o Chile, sino
que ¡estaban dispersas
por todo el mundo!
Decidimos,
entonces, conformar
la Internacional de
Cimarreros Unidos. Nuestro
objetivo sería hacer
circular nuestras experiencias
y compartir todas las
historias de fuga
que existen en los diferentes
rincones del planeta. Hicimos un Fanzine
y un blog para
empezar a socializar
el asunto. Pronto conocimos
a otros cimarreros,
gente muy valiente,
con grandes hazañas sobre
sus hombros. Era genial,
no teníamos idea de
cuantos prófugos existían
en los otros rincones
del orbe, nos sorprendimos.
Ahí nos dimos cuenta
de todos los portales
que habían sido descubiertos,
pero, aún más, nos
preguntamos sobre la
cantidad de portales
que faltaba por conocer.
¿Cuantos podrían ser?
No lo sabíamos,
pero, después de esta experiencia nos
dedicamos frenéticamente
a buscarlos. Cuando salimos
del colegio seguimos nuestra
misión. No te
imaginas cuántos portales
hemos encontrado, cuesta,
es cierto, pero vale
la pena. Ahora mismo
estoy a punto de
cruzar uno. Me voy.
Espero no volver en
un buen tiempo. Dicen
que hay portales
dentro de portales
y que el viaje
puede tornarse infinito.
Quizás al cruzar alguno
de ellos nos volvamos
a encontrar. Por ahora
se me acaba el
tiempo. Ahora me
callo, me gusta cruzarlos
en silencio.
RM
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