Militó en media docena de
partidos políticos, antes de hacerse DC. Cambió varias veces de novia, solo por
la curiosidad de saber qué tanto sufriría cada una con su partida. Se hizo
ecologista, y al poco tiempo se le vio instalado en el escritorio de una
celulosa, llamando a reprimir a los “salvajes” que querían vivir ajenos a las
luces del progreso. Jugó a ser mormón, pero no pasó mucho antes de que se volviera
ateo y los acusara de ser agentes de la CIA. En realidad, el tipo era por sobre
todas las cosas un payaso. O un muy buen actor.
Esto último lo puso en práctica
cuando fue detenido por microtráfico. Había renunciado con anterioridad a ser
hippy, pero aun así no dejó los tranquilizantes. Argumentó exitosamente al juez,
que deseaba tocar fondo para poder volverse un asceta y dedicarse a salvar
almas. Poco antes de volverse conservador, practicó el amor libre con sus
parejas, pero siempre se las arreglaba para fingir ataques de celos antes de
mandarlas a la cresta. Y así.
¡Quién hubiese imaginado que un
hombre así llegaría a vivir 81 años! El día de su muerte, con la certeza de un
desahucio médico irremediable, quiso aplicar a su vida una última e inesperada vuelta
de tuerca. Sintiéndose como la mierda, con la muerte apoderándose una a una de
todas sus células, consiguió congregar a su escasa familia y amigos en la sala
de espera. Para ello, en realidad, no necesitó fingir un agravamiento de su ya
delicada situación. Sabía, pues, que en la habitación de al lado se esperaba su
fatal desenlace de un momento a otro, entre sollozos, pero de una forma ciertamente
apacible.
Con las pocas fuerzas que le
quedaban, convenció a la enfermera para que le hiciera un último favor. “Me
gustaría mirar el cielo una última vez, antes de irme”, le dijo, y ella le
creyó. Pero en cuanto vio la ocasión, el viejo ladino empujó a la enfermera
para apartarla de su lado. Acto seguido, se arrojó al vacío desde la ventana, rompiendo
los cristales, ante la mirada de decenas de pacientes y personal médico, todos
los cuales coincidieron en que el anciano cayó riendo a carcajadas, mofándose
de los presentes, consciente de su última y mortal victoria.
OSS