martes, 21 de mayo de 2013

La ciudad invisible. Escenas del Gran Concepción


         


 
N°3 Pasarela inconclusa de la Remodelación Paicaví.


Desde aquí es posible observar de forma inmejorable el ritmo de la ciudad. En mi humilde opinión, creo que después de todo, le debemos un extraño agradecimiento a nuestras autoridades por su descuido. Me explico. Posiblemente, si esta pasarela no hubiese tenido otra utilidad que la libre circulación de personas y mercancías, habría perdido todo su actual valor estético, y lo gratificante que suele ser sentarse a mirar la ciudad desde algún punto, desde alguna “azotea”. Tenemos la urgencia de observarnos como seres humanos; analizar cada uno de nuestros movimientos, rutinas y comportamiento en la calle y tal vez en la intimidad de nuestros hogares. Me refiero a que cualquier persona en su sano juicio se cuestionaría nuestro quehacer como civilización si se sentara algunos minutos en esta pasarela, al lado de una pareja de pololos del Liceo Andalién, ubicado a un par de cuadras, o acompañado de algún vendedor de la locomoción colectiva que se toma un descanso. 
 
Pensada en un comienzo para unir ambas manzanas del conjunto de bloques residenciales de la Remodelación Paicaví, la pasarela comenzó a construirse paralelamente a los edificios, en 1965, sin que se terminase la obra. Este proyecto de urbanización corrió por cuenta de la entonces Corporación de la Vivienda, CORVI, y al margen de la pasarela en desuso, la Remodelación Paicaví es hasta hoy considerada uno de los mejores ejemplos de remodelación urbana1





El eterno vaivén

De día, el ir y venir, siempre urgente, de vehículos que circulan por la Avenida Paicaví. Los usuarios del transporte público amontonándose en los paraderos a primera hora de la mañana, y a partir de las seis de la tarde. El paso estridente de los coches de emergencia para uno y otro lado de la ciudad, concitando la curiosidad de los vecinos, que se asoman desde las ventanas de sus departamentos. 






Desde la vieja pasarela, es posible observar el interminable vaivén de la Rotonda que une las avenidas Paicaví y Los Carrera. Me gustaría indicar que este espacio en su conjunto se resignifica en cada jornada de movilización estudiantil, ya que constituye el punto donde convergen las marchas que vienen desde Concepción (UdeC), Talcahuano (Universidad Católica y Federico Santa María) y Collao (Universidad del Bío Bío), además de los secundarios que se reúnen en la Plaza Condell. En dichas oportunidades, el tránsito vehicular se suspende, y los lienzos, los puños en alto, las consignas y el carnaval furioso se apropian del espacio. La calle se reviste de colores, y de miles de seres humanos que detienen el tránsito, que paralizan la ciudad, en abierto desprecio de las instituciones y su orden. Y no es poca la gente que desde sus balcones y ventanas les expresa su apoyo, consciente de que el malestar y las ganas de cambiar esta sociedad es transversal.
 






La otra noche

De noche, al mirar hacia el centro, los semáforos, los avisos publicitarios luminosos en las azoteas de los edificios, sumados a los neones de locales nocturnos, parecieran ejercer una extraña fascinación sobre el observador. Aventurarse hacia esos confines supone una invitación a experimentar una nocturnidad bohemia, cuyo último reducto visible desde este punto lo constituye la Plaza Perú. No es difícil toparse con grupos de jóvenes que deambulan, incluso a altas horas de la madrugada, en errático y alegre peregrinaje. Por el contrario, volver la vista hacia la calle Bulnes, supone el encuentro con una perspectiva que agranda la ciudad, que la extiende por la Avenida Paicaví hacia los límites de otras territorialidades: el Concepción antiguo, la Laguna Tres Pascualas, el Barrio Norte, la Autopista que une a Concepción con el puerto de Talcahuano, etc. Aquella es, por cierto, la perspectiva de otra noche.




“Los que creen ver fantasmas son los que no quieren ver la noche”, dice el filósofo Maurice Blanchot. Desde la pasarela abandonada, hablando con toda honestidad, es fácil confundirse. Altas horas. El movimiento de vehículos ha cesado. Transcurren largos minutos entre el paso de algún coche y otro. La Avenida Paicaví parece, en este tramo, fantasmagóricamente vacía.  Por cierto, otra es la realidad, ya descrita, desde la Avenida Los Carrera hacia la Plaza Perú. Esta última avenida pareciera marcar un límite, una suerte de pasaje, de transición hacia otros mundos, hacia otras noches. Quien pasa por aquí a esas horas accede a una nocturnidad que no nace por la simple oposición al día. Se transita por esta otra noche como quien anda entre sueños, a la espera de alguna revelación onírica. La bruma que habitualmente se levanta desde la Laguna Tres Pascualas, pareciera proveer al caminante nocturno de un escenario favorable para tales revelaciones…, o para facilitar su extravío. El peligro potencial que se aloja en la ejecución de esta ritualidad, desde luego, corresponde a una parte esencial de la experiencia estética de la noche de Concepción, con sus trágicas desapariciones como mejor ejemplo. Pero me inclino a pensar que todo caminante-observador bien sabe a lo que va en búsqueda. Dejaré hasta aquí esta descripción, por supuesto, demasiado básica y aventurada, de esta perspectiva nocturna de la Avenida Paicaví.






¡Las ruinas nos pertenecen!

Como parte habitual de una ciudad que debe lidiar con terremotos y maremotos, tanto las ruinas como los sitios baldíos, forman parte del paisaje urbano. Allí donde un grupo de antiguos residentes de la Remodelación Paicaví han visto con malos ojos a esta estructura, otros grupos han sabido sacarle provecho y, en cierta medida, se han apropiado de este espacio, expresando en él su propia subjetividad. Me refiero a los graffiteros, los skaters, los parkours, o incluso los grupos de estudiantes, secundarios y universitarios, que utilizan la pasarela para compartir con sus pares. Por supuesto, existen individuos que utilizan este lugar como baño o basurero público. Sin embargo, constituyen excepciones. La mayoría usa la pasarela como un afuera dentro de la propia ciudad. Un extraño palco donde todos nos transformamos en testigos de lo que somos.
 





Es justamente la presencia numerosa de estos y otros grupos de habitantes y vecinos, la que permite recuperar estos espacios para beneficio de sus propios habitantes. No solo tenemos derecho a soñar una ciudad diferente, sino además el deber de transformar creativamente esta urbe con cada una de nuestras acciones, sobre la base de nuestras propias experiencias y sueños colectivos.




1 Fuentes, Pablo y Pérez, Leonel. 2012. “Formación del Concepción metropolitano a través de los grandes conjuntos residenciales. Aportaciones del urbanismo moderno”. Concepción: Revista Atenea, 505, 33-78.



Texto y fotografías por Oscar Sanzana Silva.




 



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