Pasadas las once de la mañana,
Gerardo insistió en beberse un café con Elisa. Bien sabía que la chica no
estaba ni siquiera mínimamente interesada en su persona, pero estaba dispuesto
a cualquier cosa con tal de tenerla enfrente, darle un beso aunque fuera en la
mejilla, sentir su perfume, y quién sabe, incluso acompañarla a que tomara la
micro de vuelta a su casa. Lo que desconocía Gerardo, era que Elisa estaba
profundamente enamorada de su hermano Bastián, y el único interés que tenía
para juntarse con Gerardo radicaba en la posibilidad de obtener información
acerca del sujeto de su amor.
Se juntaron en un café de la
Diagonal Pedro Aguirre Cerda, a pasos de la Plaza Perú, y en cuanto acabaron
los saludos y preguntas de cortesía, Elisa no paró de preguntar por Bastián:
— Supe que
tu hermano encontró trabajo, ¿no es así?
— Sí.
Atiende un hotel canino del centro.
— ¡Qué
tierno! ¡Me encantan los perros!
— No lo
creas. Debe hacerse cargo de todo, y es un trabajo un tanto sucio. Los primeros
días intoxicaba la casa con su olor. Ahora lo obligamos a ducharse en cuanto
llega.
— Aun así
me parece un trabajo muy interesante. Dime, ¿tú sigues estafando a la gente
vendiendo seguros?
Desde luego, era una conversación
imposible. Como era de esperarse, llegó el momento en que Gerardo no aguantó
más, y echó mano a su plan B. Si la victoria parecía inalcanzable, alguna
satisfacción obtendría de un empate. Si no podía hacer suya a Elisa, se las
arreglaría para arrebatársela a su hermano:
— Te mentí,
Elisa. No quise hacerlo, pero amo demasiado a mi hermano. Bastián trabaja
asesinando a perros vagos. Sale de noche con otros funcionarios municipales y
los inyecta. Desde que hace ese horrible trabajo ha cambiado su comportamiento,
se ha vuelto muy grosero, llega a la casa dando órdenes, e incluso un par de
veces ha perdido el control y me ha golpeado. Se ha convertido en un patán. No
sé qué hacer.
— Seguro
que estás exagerando. Todos tenemos días malos, Gerardo.
Lleno de indignación, y al borde
del colapso, Gerardo tuvo como último recurso la idea de hacerse pasar por
esquizofrénico. Mientras acompañó a Elisa al paradero, saludó a dos hombres
inexistentes y fingió dialogar con una voz femenina dentro de su cabeza. Cuando
la sintió suficientemente asustada, le aseguró que nada tendría que temer, ya
que a su hermano todavía no se le gatillaba la enfermedad. También le dijo que
en su familia la esquizofrenia no era considerada un mal en sentido estricto. Detrás de cada delirio hay algo
increíblemente lúcido, acostumbraba a decir su padre, por lo que
renunciaban a cualquier tipo de tratamiento. Convencido de su victoria, y
creyendo a Elisa alejada para siempre de sus vidas, compró pan y queso para
esperar a Bastián con la once servida, como un buen hermano.
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