Como
perros plagados, aplastados, ennegrecidos por el moho, por el vicio, por el
sexo indestructible, embobados de mirar la luna, vagamos, vagamos y cantamos,
viéndonos andar las soledades. Yo maldije mis manos, mi maldad, mi cintura, tú
los recoges y los besas, los haces sentir como manos y cinturas, como maldad
incontrolable.
Como
perros aullantes y agónicos somos lo que fuimos siempre, meando en las
esquinas, lamiéndonos el culo, volviendo una y otra vez a nuestro vómito,
mirando al ser humano ser humano, a los dioses creerse dioses, y a nosotros, lo
que somos, lo que fuimos siempre, humillados, con la voz en grito y la sangre
en nuestras manos, sin edades, sin ancestros ni sucesores, nos observamos en
silencio, con asco, con piedad, con temor.
Y seguimos el camino corriendo enloquecidos,
ladrando delirantes, echando espuma por la boca, rabiosos de ser lo que fuimos
siempre, no humanos, no dioses, en silencio, a solas pero en todas partes, en
cualquier esquina, debajo de los autos, durmiendo en las veredas, persiguiendo
bicicletas, mirando la luna para embobarnos, con nuestras manos, nuestras
cinturas, y nuestra maldad incontrolable.
G.M.
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