martes, 5 de marzo de 2013

Un libro muerto de pena






   Ingenuamente escribir quise, ingenuamente lo escribí. Y hoy en que me encuentro con el hecho consumado, cada vez más profundo me vuelvo el perro extradiegético que le mueve la cola al personaje que injustamente hago cargar mi cruz, porque como pequeño dios soy un pequeño injusto, pero aún soy más pequeño que eso, una coma, un punto vanidoso, el paréntesis que envuelve el llanto del héroe cobarde y lastimero que me escribe a través de la pluma que es el demiurgo que nos une.

   Pero el libro ya no sabe contener su rebelión y se desangra, y conspira porque no aprueba mi injusticia sobre él, y me grita en su silencio la imposición de mi dolor, y me escupe en la cara la vanidad que le inyecté, y su saliva es tan amarga como la mía y como la de ese héroe cobarde y lastimero que nos convoca, porque en el fondo sabemos de nuestra trinidad y nos odiamos. 

G.M.

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