N°1 Réquiem para un
edificio en demolición
Fue el último en mantenerse en
pie. Semanas después de ocurrido el terremoto del 27/F, algunas personas
todavía se horrorizaban al contemplar las sábanas unidas que descendían hacia
la calle Freire, desde un balcón del cuarto piso. Gracias a esa improvisada
escalera pudieron descender sus moradores aquella madrugada infernal. De todas
las demás estructuras con orden de demolición, el edificio Centro Mayor, emplazado en calle Freire entre Orompello y Ongolmo,
era hasta mediados de 2012 el único que no había sido demolido en el radio céntrico
de la ciudad de Concepción.
Centro Mayor fue víctima de numerosos
robos e incluso de incendios, debido a la acción de visitantes ocasionales que,
motivados por llevarse algún recuerdo
o bien por simple curiosidad, ingresaron furtivamente y lo recorrieron hasta
sus últimos pisos. Desde allí es posible obtener hermosas postales de la
ciudad. El río Bío Bío, la Desembocadura, el Barrio Universitario, la Plaza de
Tribunales, el Mercado o la Remodelación Paicaví, son algunos de los espacios
que se ofrecen a la vista de quienes se atreven a subir sus veinte pisos, a
través de escaleras repletas de escombros, forados y desperdicios.
Lo primero que
impactaba al penetrar en este coloso en ruinas, era el manto de escombros,
vidrios y objetos de todo tipo sobre los que se debía caminar para poder
ingresar. Cubriendo el piso, era posible apreciar restos de la estructura junto
a numerosas evidencias de la vida que
tuvo lugar allí: álbumes de fotos familiares, relojes, cuadernos, ropa, frascos
vacíos de perfume, juguetes infantiles, discos de música originales aunque
inutilizables, y un larguísimo etcétera. De alguna manera, quien caminaba sobre
este manto se descubría de pronto visitando un lugar donde la destrucción era
capaz de fusionar pasado, presente y futuro en una totalidad sórdida. A los
pies del explorador se ofrecía un manto que lo alejaba del resto de la ciudad a
través de los cimientos, del suelo. El sonido habitual de pasos sobre las
baldosas trizadas del corazón urbano, era reemplazado por un ruido que parecía
revivir un horror que se creía lejano. Cada paso dentro del Centro Mayor suponía trizar aún más
vidrios, triturar más objetos domésticos, contribuir a homogeneizar esa masa
residual sobre la que se avanzaba, aproximarse a aquella mezcla de historias
que la ruina hizo suya, y finalmente ingresar a un lugar que representa un afuera respecto de la aparente
normalidad del resto de la ciudad.
En sus últimos días de ruina, el
edificio Centro Mayor estaba
convertido en un lugar de acogida para quienes, por diversos motivos, se
encontraban en situación de calle. Es el caso de Juan Carlos, un poblador de
Barrio Norte que tras abandonar la casa de su hermana no tuvo reparos para
instalarse en el noveno piso junto a sus tres perros. Cuando a comienzos del 2012
lo entrevisté como parte de una investigación, señaló estar tranquilo frente a la posibilidad de que su
nuevo hogar fuera destruido en aras de la “reconstrucción”. Es más, en dicha oportunidad manifestó su
interés por participar en la demolición, argumentando que “conocía muy bien el
lugar".
Pero en la
misma cuadra del Centro Mayor existen
otras dos visibles ausencias. Se trata de la casona ubicada en la esquina de
las calles Freire y Ongolmo, donde funcionaba un bar y pizzería llamado Goulash, y de la histórica sede de la Sociedad Juan Martínez de Rozas, punto
de convergencia de trabajadores, estudiantes y pobladores de las inmediaciones.
En una insuperable metáfora de los efectos del terremoto, en esa cuadra tanto
lo nuevo como lo antiguo se fue de igual manera al suelo.
La ruina intervenida
A fines del
2011, Centro Mayor fue objeto de una
intervención realizada por un colectivo artístico, que consistió en escribir en
uno de sus costados, con letras negras y perfectamente visibles desde varias
cuadras, una frase recurrente en el mercado inmobiliario: “Visite Piloto”. Tanto
en los años previos como posteriores al terremoto, diversas autoridades han
destacado el desarrollo en la construcción que ha tenido lugar en el Gran
Concepción, ligándolo con conceptos como crecimiento, progreso y modernización.
La
intervención se enmarcó en un contexto de denuncia frente a una reconstrucción
todavía invisible a más de dos años de ocurrido el terremoto, y constituye una
invitación a reflexionar sobre la fragilidad de los discursos desarrollistas de
nuestras autoridades. Así lo señala Nico, uno de los participantes en la
intervención al Centro Mayor:
- Para nosotros resultaba atractivo
intervenir en un espacio tan grande que se había convertido en un símbolo de la
destrucción. El hecho de ocupar una estructura que no sirve ya es transgresor.
Es ocupar un pedazo de mierda. Los únicos que le pueden encontrar alguna
utilidad somos los marginados. Le damos vida a algo que está condenado a
desaparecer. Eso demuestra que todo puede ser material para el arte, que todos
los espacios se pueden subvertir para entregar un mensaje.
Según relata Nico, fue una labor
titánica escribir mediante esténcil cada una de las letras que componen el
mensaje. Debieron llegar hasta el último departamento de cada piso y sacar
medio cuerpo afuera de la ventana para poder rociar debidamente la pintura.
Pero valió la pena, señala, ya que el objetivo se cumplió y quizás no fueron
pocas las personas que atendieron el llamado a visitar la ruina.
Texto y fotografías por Oscar Sanzana Silva.
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