Corría el año 94
cuando siendo un pibe de catorce años descubrí que la violencia podía ser un
juego divertido, la verdad muy divertido, para ser sincero, mi primer vicio,
pues era fanático de los videojuegos de combate. Nunca me gustó la violencia en
la vida real, le temo al dolor y a la vergüenza, sobre todo a la vergüenza,
pero en los juegos todo era distinto, se trataba de una violencia heroica,
estilizada, con causas nobles, vengar al padre de Chun Li, evitar que Shang Tsung
dominara el mundo etc., no había dolor real, nadie salía ofendido, y si eras un
buen jugador hasta te hacías un nombre entre tus pares, esa era mi parte
favorita, pues mi meta era llegar a ser el campeón de los videojuegos de
combate en el barrio, pero una tarde todo cambió.
Corría
el 94 como dije, en
el ocaso de “Street Fighters” y la
gloria de “Mortal Combat”. Como todas
las tardes llegué al local de videojuegos del barrio, introduje la ficha y me
dispuse a terminar el juego con Raiden, mi favorito del Mortal Combat. El local estaba vacío, con esa tranquilidad que a mí
me gustaba, sin esos fastidiosos mirones que te observan las manos para
copiarte las combinaciones de golpes, o
que te piden que los dejes jugar un round,
estaba todo tranquilo, salvo por un extraño tipo sentado a la entrada del local
que frotaba tres fichas entre sus manos.
Noté que cada tanto
me miraba risueño como tramando algo, hasta que al rato se puso de pie y se
acercó a mi lado. Me observó jugar por un rato, yo lo ignoré, aunque hice un
par de combinaciones dignas de aplauso con las cuales quise amedrentarlo
(secretos que tomaba de una revista de Nintendo). Él titubeó un momento hasta
que se decidió e introdujo la ficha. Nos íbamos a duelo, -tiene coraje este
tipo- pensé yo en silencio y cambié de jugador a uno más rápido, Johnny Cage.
Gané dos juegos
seguidos, pero el rival era insistente. Al iniciar el tercero nos miramos y él
quiso sonreír, yo desvié la vista y me hice el importante, aunque me pareció
que alguna infamia estaba por revelarse. Volví a ganar y ahí todo cambió, el
tipo se enfureció, me apagó la maquina y se me vino encima, un golpe en el
abdomen, uno en el ojo y otro en la nariz y caí al suelo mareado, la gente se
detuvo a presenciar la pelea, yo no pude pararme a dar ni un sólo golpe, mi
derrota había sido completa, -si fuera Raiden le haría estallar la cabeza de un
rayo- pensé, justo en ese momento pasó lo peor, desde el suelo aún sangrando
escuché cuando el tipo dijo “Cristian wins” e hizo el gesto triunfante de
Sub-Zero, ¡hijo de puta! quise matarlo, y también morirme, pero no era capaz de
ninguna de las dos, yo que era el futuro campeón de Mortal Combat del barrio, vivir semejante humillación, la violencia
ya no me era tan divertida. En ese momento alguien me ayudo a parar y el tipo
se fue al baño con las manos ensangrentadas. Minutos después en la radio del
local un tipo presentaba el último hit de Nirvana, mientras él se lavaba las manos
y yo quitaba la sangre de mi rostro.
GM
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