miércoles, 3 de julio de 2013

Cargo de conciencia


     Entró a aquel tugurio de calle Ejército sin ganas, como quien se deja llevar, por algún extraño vaivén, hacia su destino. Se sentó en la mesa del rincón. No prestó ni la más mínima atención al decadente espectáculo de un par de bailarinas alrededor de un caño que ya comenzaba a evidenciar algo de óxido. Pidió una botella de pisco para él solo. No hizo caso de las señoritas que, una a una, se le acercaron para hacerle compañía. Pasaron las canciones, las invitaciones, las horas. Cuando se sintió mareado, se paró y se fue; así como entró, sin dejar rastro.

      Estaba decidido a regresar caminando a su hogar, una pieza con entrada independiente ubicada en calle Bulnes. Sorteó algunas posas de agua hasta que tropezó por primera vez. No podía culpar a la bebida. Simplemente, su atención no estaba allí. En efecto, volver suponía un reencuentro del que nada quería saber entonces. Se limpió como pudo y continuó su marcha. Un hombre se le acercó para pedirle dinero. Temiendo ser asaltado, empuñó el revólver que guardaba en el bolsillo de su abrigo. Sin embargo, fue su seguridad la que intimidó al sujeto, que se devolvió a la oscuridad de su esquina.

      La línea férrea. Los neones azules a la distancia llamaron su atención. Decidió hacer una pausa. Discoteca. Un grupo de jóvenes conversaba animadamente mientras fumaban sus cigarrillos. Entró. Tras un par de copas bebidas en la barra, sin más compañía que la de su propia imagen en el espejo, volvió a sentirse mareado. Esta vez, con un poco más de intensidad. Decidió volver a casa y enfrentar la realidad de una maldita vez. En el camino de vuelta, poco antes de tropezar con una baldosa suelta y romperse el labio, llamó a la policía. No le asustaba tanto la idea de pasar una temporada en prisión, como el volver a quedarse a solas con el cadáver de su amigo y compañero de juerga, a quien le quitara la vida de un balazo, poco antes de salir. ¿El motivo? Un arrebato que enseguida consideró estúpido, y del cual se arrepintió. Por supuesto que pudo haber terminado de mejor forma la discusión por quién se quedaría con la cotizada boleta que cobraría los depósitos, correspondientes a la media docena de botellas de cerveza consumidas esa noche maldita. 
 OSS


El suicida



      Antes del acto Martín pensó en el más allá, resumió las versiones del cielo y el infierno, la vacuidad, el eterno retorno, la reencarnación, o el simple apagón de tele que profesaba un ateo borracho en el bar donde lo planeó. No encontró más remedio que promediar sus posibilidades de eternidad y, por fin, se determinó: “No moriré”, me matarán la cuerda y la gravedad; “No moriré”, me quedaré sujeto en este instante; “No moriré…”, ya no hay más nada que matar; ¡No moriré!... y sus pies se balancearon humillados por el silencio. 

 GMA
martes, 2 de julio de 2013

Juicio y castigo





      De todas las historias que nos dejó el terremoto, la mayoría de ellas relacionadas con el horror y el dolor, existen algunas otras que revelan aspectos impensados de la condición humana. Dice así. Restando algunos minutos para la hora maldita, Severino se fue a acostar algo complicado con la presencia de su sobrina en casa. La joven en cuestión, que a esa fecha contaba con veinte años recién cumplidos, llevaba un buen tiempo coqueteándole con cierto descaro. Existe en esto, desde luego, la posibilidad de que esta situación no haya sido del todo real, y más bien corresponda a una burda invención de Severino. Pero a su juicio, no se trató de ninguna casualidad el encontrar una prenda íntima de la muchacha en su cama, ni la forma en que se sentía observado por ella cuando quedaban a solas en casa. El asunto, en todo caso, y salvo el episodio de la ropa interior, nunca pasó a mayores.

      Atrapado por la lectura de un libro de Daniel Belmar, la fatídica noche del 27/F, Severino se quedó hasta las tantas, con la extraña certeza de que algo pasaría. Su sobrina había salido con un par de amigas, y cuando regresó al hogar, estuvo algún tiempo más de lo normal en el baño, y esto terminó por inquietarlo. Convencido de que se trataba de una noche especial, se levantó de la cama con la excusa de orinar. “Para serte sincero, yo estaba seguro de que se venía algo importante, que me sería revelado”, me repetía Severino cada vez que me obligaba a escuchar su historia. Así es que se levantó e incluso se dirigió descalzo al baño para no despertar a los padres de la muchacha. Ahí fue cuando se encontró con que ella procedía a ducharse –sí, a las tres y media de la madrugada-, sin haber tomado la precaución de cerrar la puerta.

      Esta parte del relato de Severino es la que me parece menos creíble. Con intenciones que no dudo ni un minuto en catalogar al menos de dudosas, el muy diablo entró al baño con la excusa de su esfínter y consiguió ver en cueros a su sobrina. Es posible que bajo el chorro de agua tibia la chica ni siquiera se haya percatado de la presencia de su tío. En todo caso, Severino jamás conseguirá que acepte con toda naturalidad este hecho. La vio y salió de allí inmediatamente de vuelta a su cuarto. Y bueno, lo que ocurrió a partir de las 3:34 am lo sabemos todos.

      La sobrina salió corriendo del baño sin más ropa que una toalla diminuta, que a juicio de Severino, incluso realzaba sus formas. El hombre, en tanto, no tardó en sentirse traicionado por la vida, que tras el bocado que ofreció a su vista, lo castigó con el horror del viejo ropero cayéndole encima y condenándolo de por vida a usar muletas. Sin embargo, aquello no fue lo peor, sino que la única integrante de la familia que acudiera en su ayuda fuera precisamente su sobrina, quien esbozó una sonrisa al verlo gimotear con el armatoste apresándole las piernas. Dejando caer lentamente la toalla que cubría su anatomía, consiguió de inmediato silenciar a Severino. Luego, con su mejor cara de ángel, se devolvió sobre sus pasos, dando por consumada su venganza.
OSS

Poesía




Solo

No aprendo

veo porno

fumo

no quiero entender

aunque me cruje el cuerpo

aunque me suena el cuello de torticolicoides

me duele

no aprendo

sigo con la pornografía

autoconsolándome con la industria masiva

autoconsolándome con la industria masiva del porno

la industria cultural masiva del placer

me autoconsuelo

como si fuera una pequeña máquina idiota

en el fondo

en el fondo estoy profundamente solo

como la mayoría de los proletarios amargados del orbe

como la mayoría de los pseudocadáveres que hurgan el tiempo

en el fondo nunca entiendo

me pongo límites impuestos por mismo

pero la verdad no me sale

de la guata no me sale nada

son puras falsedades

en el fondo

me engaño, porque quiero engañarme,

en el fondo me engaño porque soy el pornofílico profesional

el amante de las putas mercancías solitarias

estoy confundido, o creo que estoy confundido

o quiero creer que estoy confundido

pero estoy seguro de que estoy solo

ese es el amargo problema que me suelo auto-enfatizar

en cada momento que me urge

en cada momento que me urje

en cada momento que me urgueteo la nariz

la coca no me salva, pork no la necesito

la droga, el pito no me salva

pork no lo necesito

y me hacen mal

como el cigarrillo que digo que dejaré

pero nunca fue po

nunca fue po

siempre te engañaste, impío amoníaco

siempre

en esta isla de mercancías-fetiches y mares soledades.
 RM


Cadáver


¿Hasta cuándo morderle las uñas al recuerdo?

Cuántas veces fui y volví de aquellos amantes sin ojos con carcajadas de fuego

La sordera grita en las botellas,

La máscara se crea a sí misma,

¡Cruje!

Mientras idolatro estupidez en las cuencas de mis ojos muertos



Y así paseo embobado en el silencio de mi cintura

Y creo ver prostitutas lavando un cuerpo flagelado,

Pero el cadáver no llega a ningún orgasmo,

Ni alcanza a erectar los gusanos de su cuerpo,

No siente el placer de rebajarse a ser nada,

Ni vive la gloria de embriagarse en lo eterno



Sólo se da a luz en el terror de haber sido

Y de vez en cuando se masturba culpable,

En el fracaso de un dios y la impotencia del cielo,

En la caída de un ángel, en la lujuria… y el miedo.
  GMA



Poema de invierno
La chica a la que dediqué todas esas canciones

De pronto se convirtió en una princesa amargada

Le creí todo hasta que una mañana,

yo diría que sin proponérselo,

comenzó a hablarme cosas raras acerca de la vida:

que el día le parecía menos real que sus sueños

que vivía con la sensación de que en cualquier momento despertaría

como normalmente se retorna desde una pesadilla

cuando se vuelve a respirar con alivio

e incluso, se vuelve a sonreír


Traté de consolarla con besos, con música, con poesía

Me respondió que desde niña se había vuelto una profesional de la espera

Y el momento de despertar no llegaba, ni llegaría...


Ahora no la veo y no sé qué decir

no sé

si la próxima vez que visite su triste lecho habré de llegar con rosas

O eternizar su luminosa amargura

Recortando amorosamente para ella solo las espinas.

  OSS


Corta
No entiendo

así de corta

nada me hace sentido

así de corta

está la pura la cagada

así de corta

me tienen las bolas verdes

así de corta

hay que puro pararles la mano

así de corta

hay que puro cortar de raíz

así de corta

hay que puro taparles la boca

así de corta

me tienen hasta el duodeno

así de corta

me voy a vomitar

así de corta

me salió con sangre pero me da lo mismo

así de corta

te la voy a puro hacer

así de corta

no más

gil culiao
RM


 Mutismo y Apocalipsis
Y te callaste de una vez. Cuando corría con mis hermanos alados por una calle cubierta de manos muertas; y mirabas como soñando un pequeño sol de centro gris, que con palabras en llamas amaba el sentido de este frágil caos. Pero ellos no podían arrepentirse un segundo más de ser, ni yo podía arrepentirme un segundo más de mí, incluso tú no podías arrepentirte un segundo más de callarte de una buena vez. 

Luego se levantaron disparos y brazos mutilados de niños adormecidos, que cantaban en silencio una canción de paz nunca aprendida, nunca aprendida y sin paz. ¿Y de qué paz me soñé empapado cuando el Leviatán trituró tu cintura, y los tibios chorros de sangre caían en mi rostro desbordado? De qué monstruosidad empapelada de pechos desgarrados hice cuna en el desierto, cuando el único espejismo era la realidad de que te callaste de una puta vez, y mirabas ese triste sol que dibujé con sangre en mi frente, para tatuar su luz en mi piel y llevar el calvario silencioso del momento en que optaste por el mutismo.

Pero no bastó con tener esas costillas infantiles en mis manos y refregarlas lascivo entre mis piernas, porque callaste, ¡callaste!, ¡de una puta vez abrazaste el silencio! y mis pupilas dilatadas vomitaban la imagen impura de mí mismo, y mis oídos ensordecidos cantaban el Miserere a la tierra muerta, y mis manos ya sin dedos, ya sin huellas, ya sin ti!, fueron devoradas por la imagen de tu cintura abierta, que me dio a luz prematuro en este silencio que engendraste tú, en el momento en que la palabra se disolvió en tu aliento.  

Pero no encendimos antorchas por los angelitos caídos; ni siquiera tragamos saliva cuando el tormento de sus rostros se apoderó de nuestros cuerpos, ni siquiera me dijiste al oído eso que siempre quise escuchar, porque callaste, porque tu voz se ahogó en las doscientas botellas de sangre burbujeante que mi conciencia no para de acarrear de una mesa a otra, de una vida o otra, de mi muerte a la tuya, y a la de todos los muertos que exhalan fuego por el ombligo de sus pasos.

Y cómo volver los ojos a la historia de lo que no ha sido en tus palabras, ¡si, maldición! ¡callaste! y mis pupilas se derritieron, y gotearon dentro de mi cuerpo hasta sentir la nausea en mi garganta, mientras masticaba chicle con olor a tabaco y licor, en esa estruendosa imagen del cielo abierto entre tus piernas, cubriéndose del polvo de mi sepulcro y de los pétalos mojados de las flores que descansan esperando mi resurrección a la nada; sólo por el hecho de haberte dejado callar, y no haber golpeado en el centro de tu pecho con una daga de alma y tiempo, para recuperar el latido que alguna vez me regalaste en tus orgasmos. Cuando entrecortabas la respiración y yo bebía la pasión roja de tu abdomen. Cuando el sonido de mi guitarra era superpuesto en el silencio pálido que diste a luz entre mi sangre coagulada, esa maldita noche en que te callaste de una puta vez.
                                                                         GMA




 

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