martes, 21 de mayo de 2013

Lo telúrico de la vida


       Lautaro, un joven ambulante, líder entre sus congéneres pirateros, transitaba por la plaza de armas de Concepción, bajo la metálica y solemne sombra de ese Don Pedro de Valdivia que todos los días mira impertérrito hacia el norte de este reino en el fin de mundo. Al otro extremo, Pedro, un viejo cesante, oriundo de Valdivia, pero ahora probando suerte en Concepción, caminaba bajo la metálica e imponente silueta del Toqui Lautaro, ese busto enorme que mira cada noche y mañana hacia el sur de la frontera.

     Ambos acelerados, con todos los problemas que pesan sobre los hombros de la comunidad ambulante y cesante, tropezaron de repente y ¡PAF! Currículums y películas piratas al suelo. Pedro y Lautaro se miraron furiosos, antes incluso de recoger sus pertenencias esparcidas sobre el gastado cemento  pencopolitano.

      No tienen tiempo o paciencia para tropezones, y como si se conocieran desde siempre, por cientos de años de guerra interminable, Pedro y Lautaro se disponen abrir ligeramente las bocas para comenzar la revuelta/discusión.

¿Quién tendría la culpa de ese breve, pero fastidioso colapso peatonal?

      Pero justo cuando iban a salir de sus alterados rostros sendos discursos incriminatorios ¡TURRUTURRUTUM! Todas las palomas de la plaza alzaron vuelo y su enojo desapareció. El temblor les había zamarreado y dispersado la furia. Definitivamente el fantasma de lo telúrico es más preocupante que este pequeño e insignificante tropezón, pensaron ambos. Entonces olvidaron todo rápidamente, cogieron sus pertenecías ayudándose mutuamente, y hasta un breve y amigable "Chao, que le vaya bien", Pedro y Lautaro, se alcanzaron a decir.

RM

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