martes, 2 de julio de 2013

Juicio y castigo





      De todas las historias que nos dejó el terremoto, la mayoría de ellas relacionadas con el horror y el dolor, existen algunas otras que revelan aspectos impensados de la condición humana. Dice así. Restando algunos minutos para la hora maldita, Severino se fue a acostar algo complicado con la presencia de su sobrina en casa. La joven en cuestión, que a esa fecha contaba con veinte años recién cumplidos, llevaba un buen tiempo coqueteándole con cierto descaro. Existe en esto, desde luego, la posibilidad de que esta situación no haya sido del todo real, y más bien corresponda a una burda invención de Severino. Pero a su juicio, no se trató de ninguna casualidad el encontrar una prenda íntima de la muchacha en su cama, ni la forma en que se sentía observado por ella cuando quedaban a solas en casa. El asunto, en todo caso, y salvo el episodio de la ropa interior, nunca pasó a mayores.

      Atrapado por la lectura de un libro de Daniel Belmar, la fatídica noche del 27/F, Severino se quedó hasta las tantas, con la extraña certeza de que algo pasaría. Su sobrina había salido con un par de amigas, y cuando regresó al hogar, estuvo algún tiempo más de lo normal en el baño, y esto terminó por inquietarlo. Convencido de que se trataba de una noche especial, se levantó de la cama con la excusa de orinar. “Para serte sincero, yo estaba seguro de que se venía algo importante, que me sería revelado”, me repetía Severino cada vez que me obligaba a escuchar su historia. Así es que se levantó e incluso se dirigió descalzo al baño para no despertar a los padres de la muchacha. Ahí fue cuando se encontró con que ella procedía a ducharse –sí, a las tres y media de la madrugada-, sin haber tomado la precaución de cerrar la puerta.

      Esta parte del relato de Severino es la que me parece menos creíble. Con intenciones que no dudo ni un minuto en catalogar al menos de dudosas, el muy diablo entró al baño con la excusa de su esfínter y consiguió ver en cueros a su sobrina. Es posible que bajo el chorro de agua tibia la chica ni siquiera se haya percatado de la presencia de su tío. En todo caso, Severino jamás conseguirá que acepte con toda naturalidad este hecho. La vio y salió de allí inmediatamente de vuelta a su cuarto. Y bueno, lo que ocurrió a partir de las 3:34 am lo sabemos todos.

      La sobrina salió corriendo del baño sin más ropa que una toalla diminuta, que a juicio de Severino, incluso realzaba sus formas. El hombre, en tanto, no tardó en sentirse traicionado por la vida, que tras el bocado que ofreció a su vista, lo castigó con el horror del viejo ropero cayéndole encima y condenándolo de por vida a usar muletas. Sin embargo, aquello no fue lo peor, sino que la única integrante de la familia que acudiera en su ayuda fuera precisamente su sobrina, quien esbozó una sonrisa al verlo gimotear con el armatoste apresándole las piernas. Dejando caer lentamente la toalla que cubría su anatomía, consiguió de inmediato silenciar a Severino. Luego, con su mejor cara de ángel, se devolvió sobre sus pasos, dando por consumada su venganza.
OSS

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