Es seguro que
la prensa jamás revelará que una sangrienta guerra entre dos bandas rivales
tuvo un origen ciertamente insólito. Las historias oficiales suelen omitir
detalles como lo que sigue, y sin embargo, son estas pequeñas y fatales
coincidencias las que en muchos casos desencadenan las más terribles
consecuencias. Esto nos lleva a la conclusión, quizás sabida de sobra, de que
importantes aspectos escapan al juicio estricto del cálculo y la razón. Una vez
conocidas, estas “arbitrariedades del destino” –permítanme llamarlas así-, la
historia oficial se desvanece con la misma desesperación de un fantasma al que
ya no se teme, ni se volverá a temer jamás. Alguien podrá objetarme que siempre
sobrevivirá la duda sobre qué diablos pudo tener más importancia. Y aunque lo
concedo, al menos estas “arbitrariedades del destino” poseen la capacidad de
transformar la terrible historia oficial en un simpático cuento de hadas con
que deleitar a nuestros niños.
Aquella noche
la luna brillaba sobre la Picá de Pedro,
lugar que eligieron dos jefes de importantes familias para superar de una vez
por todas sus diferencias. El objetivo era evitar un mayor derramamiento de
sangre, y que los problemas se solucionaran esta vez de forma pacífica. Previa
inspección del local por parte de una comisión neutral de hampones, los jefes
se sentaron en la mesa de una habitación especialmente acondicionada para este
tipo de reuniones. Ordenaron dos jarras de vino y media docena de empanadas. La
desconfianza natural les impidió compartir el vino. Respecto a las empanadas,
las cocineras fueron vigiladas atentamente por la comisión de seguridad, no
fuera cosa que tuviese lugar algún envenenamiento.
Tras una tensa
hora y media de conversación, al fin salió humo blanco. A los matones de uno y
otro bando agolpados en la entrada de la Picá se les vio sonreír y estrecharse
de manos. Las diferencias parecieron al fin desterradas. Se iba por buen
camino. Los jefes llegaron a sentirse en tal confianza que incluso se
autorizaron para no ser revisados cada vez que salían del baño. A cada tanto
rompían en grotescas carcajadas, relatándose uno al otro y de forma jocosa sus
andanzas criminales.
Entonces fue
cuando una araña gorda y negra comenzó a dejarse caer desde su tela, tejida
azarosamente sobre un orificio dejado por un antiguo ducto de ventilación. Con
mucha destreza, el arácnido comenzó a descender con lentitud, y estando casi a
punto de posarse sobre el hombro de uno de los importantes comensales, en un
incomprensible acto de solidaridad y nobleza, el otro jefe desenfundó el
revolver de bolsillo que celosamente guardaba entre sus calcetines, para
defenderse en caso de traición, y apuntó a la araña para evitar que picara en
el cuello a su colega. Antes de que pudiese dispararle, dos hombres descargaron
una ráfaga de ametralladora sobre él, al tiempo que el otro fue mortalmente
mordido por el arácnido, falleciendo algunas horas más tarde en casa, impedido
de concurrir al hospital debido a las numerosas órdenes de captura en su
contra.
Es inútil
hablar ahora de la balacera que se armó dentro y fuera de la Picá. Sin embargo,
lo peor vino después, cuando las respectivas familias se acusaron mutuamente de
haber arruinado por traición el acuerdo de paz. Numerosos hechos de violencia
se desencadenaron a partir de entonces, tiñendo de rojo las calles de los
suburbios, y de uno que otro edificio público. La araña responsable de esta
“arbitrariedad del destino”, en tanto, posiblemente habrá continuado impávida
su venenoso camino hacia la otra sala.
OSS.
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